El segundo asesinato


LO CALLADO que la gente se tiene a la muerte. Al morir mi padre lo que más me sulfuraba era ver a los transeĂşntes caminando como si nada, el butanero con la bombona, la panadera con el pan, el chĂłfer acelerando como cualquier dĂ­a, la hipocresĂ­a cotidiana de unos seres llenos de muerte que sin embargo fingĂ­an o callaban o no se detenĂ­an. Seres que por edad ya contaban con abuelos o padres fallecidos pero que lo llevaban en secreto, sin reflejarlo en el plomo cotidiano, porque lo habĂ­an superado con el olvido o habĂ­an domesticado a sus muertos con una fecha o aniversario, reduciĂ©ndolos a ese ramo de crisantemos que se les pone para que estĂ©n bien callados. La sociedad está montada para rematar a los muertos, para humillarlos despuĂ©s del deceso, y pobre de ti si no participas en ese holocausto: cuántas veces me han dicho que ya basta, que aburro, que ya es hora de superar lo de mi padre despuĂ©s de quince años, o lo de Iratxe (mi otro muerto) despuĂ©s de diez, que tengo que despejarme y mirar hacia adelante. Pero, vamos a ver, ¿pensáis de verdad que no consigo superar la muerte de mi padre o de Iratxe, siendo tan fácil hacerlo como me demostráis vosotros todos los dĂ­as? ¡He sido yo quien ha decidido no superar esas muertes, quien ha incorporado mis muertos a mi obra y mi vida diaria, para salvarlos y que no se me mueran nunca, como homenaje perenne a lo que me dieron y me siguen dando, pues no soy nada sin ellos! No soy yo el equivocado sino vosotros. Vosotros sois cĂłmplices de la muerte y yo no; vosotros cometĂ©is con vuestros muertos un segundo asesinato y yo no; vosotros banalizáis la existencia y os conformáis con ella y yo en cambio la agredo y la neurotizo y la lleno de los monstruos más hermosos.