Un loco que se cree Batania


Cada vez que mi verso
se pone en los tacos de salida
siento una muchedumbre
de voces en la cabeza, siento a mis
bisabuelos y abuelos
muertos y analfabetos
mirando por encima de los hombros,
siento a mi padre, que aprendió a golpes
la lengua castellana, siento a más
de cien generaciones que me observan,
que me examinan
con la mirada dura de tanta hambre,
de tantos siglos mudos
que debieron pasar para que alguno
de sus hijos tomara la palabra,
la palabra desnuda,
la palabra increíble, la palabra.

Por eso pido excusas
a todos los poetas,
pero no quiero escribir
como se hace ahora,
como si la palabra no sirviera.

No quiero escribir entre líneas
sino escribir las líneas solamente.

No quiero perseguir a la belleza
sino hallar palabras
que se dejen poner detonador.

No quiero escribir versos:
lo que quiero es llenarlos de caballos.

No quiero sugerir
sino morder con rabia,
con la rabia insaciada del que sufre
lo tarde que llegó su primera vez.

Decir por qué murió la libertad.
Por qué nos cancelaron la justicia.
Escribir
como si el poema
fuera aún importante,
y portarme yo mismo como un loco
que se cree Batania.


La muerte


Por tanto,
la locura sabe mi nombre
y los féretros fueron calumniados:
la muerte es un retiro,
la muerte es una gárgola,
la muerte es la alfombra y turba necesaria,
pero yo
entonces
pregunto
por qué al primer disparo me saltaron los dientes
de leche,
por qué mi padre está muerto
y a salvo
y siento míos sus gusanos,
por qué me siguen comiendo,
día a día,
cada minuto,
por qué esta noche
los trenes huyen como leopardos,
no os entiendo,
la gente se muere
y no os atrevéis a cortar las calles,
no quemáis los contenedores,
no lanzáis piedras contra ellos,
no escapáis de los antidisturbios,
os odio, me dais asco,
quisiera meteros un cactus de carbón
en lo más hondo de la boca
y que ardierais en la misma pira
con vuestras malditas biblias de cobardes,
queréis acostumbrarme a la muerte
pero la muerte
no es ninguna maestra,
no es ningún telescopio,
la muerte no es un atlas,
no da sabiduría,
la muerte no da nada
más que miedo
silencio
soledad
y rabia.

MI PADRE fue un rebelde porque no era consciente de ello y todos sus ejercicios de rebeldía le perjudicaron hasta destruirse. Qué sospechosos los rebeldes adrede, los en-contra que se dan cuenta y persiguen y aspiran a la rebeldía. ¿Un iconoclasta que a cada ejercicio de rebeldía es aprobado y aplaudido? Por eso mi padre fue genial y anónimo y yo seré popular y una mierda.



Mi padre me dijo alguna vez:

–Mi madre solo sabía euskera; yo sé euskera y castellano… ¿cuál es el problema?

Y mirándome a mí, después de hacer un silencio de siete u ocho segundos, me decía:

–Y a ti te van a enseñar euskera, castellano e inglés.

Mi padre tenía toda la razón del mundo al decirme la primera frase, porque aprender un segundo idioma, que además es un idioma internacional, no puede ser más que beneficioso para el que lo aprende, pero se equivocaba en la segunda: ¿pensabas de verdad, aita, que me iban a enseñar inglés? ¿No te diste cuenta, aita, de que Euskadi y España son la misma tribu, España una tribu más grande, pero tribu al fin?



LA FRASE más profunda de mi padre, la que más me ha marcado porque además se ha cumplido, es la que me dijo cuando le quedaban pocos días de vida, en el hospital de Cruces, a raíz de que yo le hubiera dicho que me iba a venir a Madrid:

–Ten cuidado, porque en Madrid también manda el PNV.

No solo en Madrid. Manda también en Miami y Acapulco y Amsterdam: por todas partes triunfan los cobardes, los pactistas, por todas partes las mismas personas que no son personas, que se aterran ante la idea de serlo; por doquier el cálculo, el interés, la falta de imaginación, el miedo al cambio. Da igual que vayas a vivir con los iroqueses, con los esquimales, con los trogloditas, da igual: allí te encontrarás también, imperturbable y eterno, al PNV. ¡Con razón dijo Unamuno que el mundo solo es un Bilbao más grande!


Demasiada


No os preocupéis por mí. Las cosas
que hago no son. Las cosas
que escribo no son. 

Mías.

No las digo yo. Yo no.

Me pertenezco. 

Hay otro que tiene miedo a Euskadi,
hay otro que tiene miedo.

A España.

Yo no tengo miedo, estoy bien
desde entonces,
mejoro desde que me.

Mataron.

Me pasa solo
que escribo de. Siempre
escribo de.

Noche.

Pero no os preocupéis por mí. No
pienso.

Morirme.

No voy a morir.

Me.


La muerte me queda demasiado grande.

Siembra


El miedo que tuve,
si pudiera encerrarlo en una ballena muerta
y ponerlo al sol colgado de unos cables eléctricos,

el miedo a vuestra necesidad de fruto,
a vuestros pájaros con números de oro
cantando en las jaulas registradoras,

el miedo que tuve
y ya no tengo porque sembré una casa:
la que ahora estalla de gerundios en flor.