DE QUÉ manera me he dirigido hacia el mismo sitio en que acabó mi padre. Recuerdo que en sus últimos diez años, cuando ya estaba marginado por todos como ser extravagante y “calamidad” de persona, se recluyó en sí mismo y ya no se trataba con nadie, pero si acudías a la cuadra te lo podías encontrar allí, hablando a las vacas y hasta haciéndoles gestos con los brazos, como montando una obra teatral para ellas. Parece que necesitaba visualizar su soledad, representar su historia, cargarse de razones: también él tenía sus maneras de escribirse.
Aita 🎄
La casa sola
una noche de nunca es tarde,
al ver a mi muerto muerto,
a mi único muerto,
muerto,
comencé a hacer la maleta
y les dije a los míos
que Vizcaya era una palabra, que Euskadi
una palabra,
que eran solo palabras y no las mejores,
les dije,
las palabras.
Todavía hoy,
a la tercera cerveza y sin que nadie me
pregunte,
levanto la voz y digo
que yo solo,
con todas mis espinas y linternas de sombras,
soy mucho más
que Euskadi entera
(aunque quizá sea menos
que un gato sin paraguas);
que yo solo,
con mis camisas curvas y faltas de grafía,
soy mucho más
que toda España
(aunque quizá no tanto
como un lirio con leucemia);
sin poder detenerme,
como caminando con la cintura
de un pájaro, me alzo y pregunto
qué máscara es Noruega o Argentina,
qué diccionario Brasil o Mozambique
(pero sí conozco las nóminas de 815 euros,
tus ojos azules cuando me miran decisivos,
un plato de arroz, o las colas de los hospitales).
Qué miedo tiene
el que olvidó el mañana de sus raíces; el que
dejó el cuadrado perfecto para ser innumerable; el que
sólo aspira octubres rotos y gladiolos de impureza.
Qué miedo tiene
el que busca la derrota con la miel en los dientes; el que
sueña con prados de alazanes sin alambradas; el que
cuenta las horas que le faltan para matar a Clitemnestra.
Qué miedo aquel
que una noche llegó a casa
y la casa estaba sola,
y la puerta cerrada,
y su padre muerto,
y ya solo quiso ser
simple y perfecto
como una piedra arrojada
contra la policía.
Un loco que se cree Batania
se pone en los tacos de salida
siento una muchedumbre
de voces en la cabeza, siento a mis
bisabuelos y abuelos
muertos y analfabetos
mirando por encima de los hombros,
siento a mi padre, que aprendió a golpes
la lengua castellana, siento a más
de cien generaciones que me observan,
que me examinan
con la mirada dura de tanta hambre,
de tantos siglos mudos
que debieron pasar para que alguno
de sus hijos tomara la palabra,
la palabra desnuda,
la palabra increíble, la palabra.
Por eso pido excusas
a todos los poetas,
pero no quiero escribir
como se hace ahora,
como si la palabra no sirviera.
No quiero escribir entre líneas
sino escribir las líneas solamente.
No quiero perseguir a la belleza
sino hallar palabras
que se dejen poner detonador.
No quiero escribir versos:
lo que quiero es llenarlos de caballos.
No quiero sugerir
sino morder con rabia,
con la rabia insaciada del que sufre
lo tarde que llegó su primera vez.
Decir por qué murió la libertad.
Por qué nos cancelaron la justicia.
Escribir
como si el poema
fuera aún importante,
y portarme yo mismo como un loco
que se cree Batania.
La muerte
la locura sabe mi nombre
y los féretros fueron calumniados:
la muerte es un retiro,
la muerte es una gárgola,
la muerte es la alfombra y turba necesaria,
pero yo
entonces
pregunto
por qué al primer disparo me saltaron los dientes
de leche,
por qué mi padre está muerto
y a salvo
y siento míos sus gusanos,
por qué me siguen comiendo,
día a día,
cada minuto,
por qué esta noche
los trenes huyen como leopardos,
no os entiendo,
la gente se muere
y no os atrevéis a cortar las calles,
no quemáis los contenedores,
no lanzáis piedras contra ellos,
no escapáis de los antidisturbios,
os odio, me dais asco,
quisiera meteros un cactus de carbón
en lo más hondo de la boca
y que ardierais en la misma pira
con vuestras malditas biblias de cobardes,
queréis acostumbrarme a la muerte
pero la muerte
no es ninguna maestra,
no es ningún telescopio,
la muerte no es un atlas,
no da sabiduría,
la muerte no da nada
más que miedo
silencio
soledad
y rabia.
MI PADRE fue un rebelde porque no era consciente de ello y todos sus ejercicios de rebeldía le perjudicaron hasta destruirse. Qué sospechosos los rebeldes adrede, los en-contra que se dan cuenta y persiguen y aspiran a la rebeldía. ¿Un iconoclasta que a cada ejercicio de rebeldía es aprobado y aplaudido? Por eso mi padre fue genial y anónimo y yo seré popular y una mierda.
Mi padre me dijo alguna vez:
–Mi madre solo sabía euskera; yo sé euskera y castellano… ¿cuál es el problema?
Y mirándome a mí, después de hacer un silencio de siete u ocho segundos, me decía:
–Y a ti te van a enseñar euskera, castellano e inglés.
Mi padre tenía toda la razón del mundo al decirme la primera frase, porque aprender un segundo idioma, que además es un idioma internacional, no puede ser más que beneficioso para el que lo aprende, pero se equivocaba en la segunda: ¿pensabas de verdad, aita, que me iban a enseñar inglés? ¿No te diste cuenta, aita, de que Euskadi y España son la misma tribu, España una tribu más grande, pero tribu al fin?
LA FRASE más profunda de mi padre, la que más me ha marcado porque además se ha cumplido, es la que me dijo cuando le quedaban pocos días de vida, en el hospital de Cruces, a raíz de que yo le hubiera dicho que me iba a venir a Madrid:
–Ten cuidado, porque en Madrid también manda el PNV.
No solo en Madrid. Manda también en Miami y Acapulco y Amsterdam: por todas partes triunfan los cobardes, los pactistas, por todas partes las mismas personas que no son personas, que se aterran ante la idea de serlo; por doquier el cálculo, el interés, la falta de imaginación, el miedo al cambio. Da igual que vayas a vivir con los iroqueses, con los esquimales, con los trogloditas, da igual: allí te encontrarás también, imperturbable y eterno, al PNV. ¡Con razón dijo Unamuno que el mundo solo es un Bilbao más grande!
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